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Aureliano Sáinz | Mentir es inmoral

Me ha dejado atónito escuchar por parte del Partido Popular, es decir, el primer partido de la oposición, tras la declaración realizada ante el juez por Miguel Ángel Rodríguez, siendo jefe del gabinete de la presidenta de la Comunidad de Madrid, que “mentir no es ilegal”.


Me imagino que quien elaboró este comunicado no se daba cuenta de que mentir en un juicio puede ser un delito muy grave. Pero más allá del contexto judicial, intentar justificar la mentira guiándose por sus inconvenientes penales no deja de ser la expresión de la bajeza moral en la que se ha caído dentro del campo de la política.

Personalmente, siempre me ha parecido que la mentira es uno de los grandes males que aquejan a la humanidad, de ahí que en este medio digital, a lo largo del tiempo, yo haya escrito distintos artículos sobre la mentira, dado que actualmente aparece en todas sus variantes: engaños, bulos, embustes, simulaciones, falsedades, medias verdades, ocultamientos, etc., y que, junto a la expansión del odio hacia el que “no es de los nuestros”, conforman uno de los signos más significativos de la sociedad en la que vivimos.

Y es que estamos comprobando que la mentira es un mal que carcome los cimientos de la sociedad, puesto que con su propagación y banalidad acabamos perdiendo la confianza en las instituciones que es la base de las democracias.

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Para comprender el significado de la mentira, podríamos remontarnos a los filósofos más conocidos de la Grecia y Roma clásicas. Es por lo que he utilizado como portada de este artículo el excelente grupo escultórico, ubicado en la glorieta Llanos del Pretorio de Córdoba, en el que aparece el cordobés Lucio Anneo Séneca dirigiéndose a un Nerón joven y de quien fuera consejero durante diez años.

Del filósofo estoico podemos consultar sus Epístolas morales a Lucilio, nombre del antiguo procurador romano en Sicilia a quien Séneca envió 124 cartas. Brevemente, Séneca le advertía: “La mentira nunca protege al que la usa, solo retrasa el daño y lo multiplica”.

Tiene mucha razón Séneca; sin embargo, en el mundo actual de la inmediatez y de los múltiples altavoces nacidos con las redes sociales, en las navegan libremente los bulos o las mentiras, con el tiempo los daños salen multiplicados y lo más probable es que no puedan resarcirse en sus dimensiones justas tras una expansión incontrolada.

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Antes de que naciera Séneca, en Atenas podríamos encontrar a Platón, uno de los padres de la filosofía griega, quien, en su obra Sofista, escrita en el año 260 a. C., nos dice que “la falsedad se genera en las palabras”. Lamentablemente, esta postura es la que siguen muchos personajes corruptos que tienen como máxima “donde dije, digo diego”, retorciendo el significado de las palabras y cambiando de opinión cada dos por tres.

Su discípulo, Aristóteles, más que por la mentira se encontraba preocupado por la verdad y la veracidad de quien habla. Así, en Ética a Nicómaco, y en su carta “De los que dicen la verdad y de los que mienten en palabras o en obras o en disimulación”, podemos leer: “El arrogante y fanfarrón parece que quiere mostrar tener las cosas ilustres que no tiene, o si las tiene, las quiere mostrar mayores de lo que son”.

Nada nuevo bajo el sol, si tenemos en cuenta que actualmente la arrogancia, la pedantería y creerse “el ombligo del mundo” está a la orden del día en muchos de los personajes que pululan por ese mundo virtual del que todos, en mayor o menor medida, dependemos.

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Siglos después, San Agustín aborda la mentira en su obra De mendacio. Este pequeño libro lo escribe principalmente por motivos pastorales, con el fin de frenar la facilidad que tenían sus fieles para mentir, pero también lo hacía para cuestionar a los maniqueos, o seguidores de Mani, debido al arraigo que alcanzó esta religión nacida en Persia.

Pues bien, el obispo de Hipona nos informa de que la mentira no depende de la verdad o falsedad de lo que se dice, puesto que las palabras pueden utilizarse de un modo u otro, sino de la intención de quien lo dice. Es más, asegura que los buenos no mienten jamás. En sus propias palabras: “Es evidente que, después de estudiarlo todo, los testimonios de las Escrituras solo enseñan que no se debe mentir nunca”.

El valor de la propuesta de San Agustín reside en que por primera vez la verdad de un acto, o de algo que se dice, se ubica en la intención íntima de quien lo realiza, no en sus palabras. Esto supone un cambio desde los clásicos griegos, quienes sostenían que la verdad o la mentira se encontraban en las propias palabras.

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Quisiera cerrar este breve recorrido por la mentira trayendo a colación un par de frases de Carlos Castilla del Pino que aparecen en su obra Aflorismos. Pensamientos póstumos. Este psiquiatra, nacido en la localidad gaditana de San Roque, que ejerció su labor profesional en Córdoba, desde su posición laica y humanista nos dice que “No hay pecados, si los hubiera, se resumirían en uno: la mentira. Adán –el primero- mintió a Dios al desobedecerle”, y “La mentira es el mal por excelencia. Cualesquiera que sean los males, siempre tienen una cosa en común: la mentira”.

“La mentira es el mal por excelencia”, contundente sentencia que ataca de raíz uno de los males de nuestro tiempo (o, quizás, de todos los tiempos). Así pues, es posible concluir que “mentir [puede] no ser ilegal”; sin embargo, de manera tajante podemos decir que mentir sí es inmoral.

AURELIANO SÁINZ
FOTOGRAFÍA: AURELIANO SÁINZ

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