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Daniel Guerrero | ¿Último cambio de hora?

La semana pasada volvimos a modificar los relojes para retrasarlos una hora y adaptarlos al horario de invierno. Son cambios que se realizan dos veces al año (se adelanta una hora en primavera y se retrasa en otoño), al objeto, en teoría, de aprovechar al máximo la luz solar y optimizar la jornada haciendo que el día aparentemente sea más largo (anochece más tarde).


Esta decisión se adoptó tras la crisis del petróleo de 1973 con la finalidad de ahorrar energía o, lo que es lo mismo, combustible. Pero es una excusa que sería válida para los países del norte de Europa, los cuales, por su posición cercana al círculo polar, no reciben tanta luz solar.

En cambio, los que están situados más cercanos al ecuador terrestre, como España, “disfrutan” de una irradiación solar tan intensa que, en vez de ahorrar energía, incrementa su consumo durante el verano por la necesidad de “acondicionar” el aire de hogares, oficinas y fábricas a cambio de ahorrar en bombillas. Es decir, el cambio de hora no supone, en la práctica, ahorro alguno para España y los países ribereños.

Por si fuera poco, nuestro país ya lleva, además, un desfase horario adicional que hace que tengamos una hora adelantada de manera permanente, ya que en vez de estar sincronizados con el huso horario que nos corresponde —el de Greenwich (GMT-0)— por nuestra ubicación geográfica, el dictador Franco decidió sincronizarnos en 1940 con el huso horario de Europa Central (GMT+1) para compartir la misma hora que la Alemania nazi.

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De este modo, aun cuando retrasemos una hora el reloj, como hicimos la semana pasada, todavía estamos una hora adelantados en relación con nuestro horario real. Es lo que explica que España sea el país en que la discordancia entre la hora oficial y la hora solar es más extrema. ¿Es esto normal?

Por enésima vez afirmaré que no, que ni es útil ni sano. Cada vez que se produce el cambio de hora, he de volver a enumerar las razones por las que abrigo la esperanza de que sea definitivamente el último, si los que deciden se guiaran por la razón y la ciencia, y que se mantenga inalterable el horario de invierno durante todo el año, ya para siempre.

Reconozco que, a pesar de mi empeño, lo tengo crudo, aun cuando el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, expresara recientemente su propuesta para que la Unión Europea dejara ya de cambiar de horario, pero sin especificar cuál de ellos —el de verano o el de invierno— se adoptaría de manera oficial y permanente. Al parecer, a solo un año del plazo previsto, España apuesta ahora por dejar de cambiar la hora, pero sin determinar cuál de los horarios estima aconsejable dejar fijo.

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Lo cierto es que está demostrado que tales cambios alteran los ritmos de sueño y vigilia de nuestro organismo, trastornando temporalmente hábitos y conductas, incluso hasta estados de ánimo. Ello se debe a que nuestro reloj biológico interno se sincroniza con la luz natural y los períodos de oscuridad para activar o desactivar determinadas funciones, como la lucidez mental o el flujo sanguíneo. Cada cambio, por tanto, provoca interrupciones en su funcionamiento.

Por eso, si nos quedáramos permanentemente con el de invierno, nuestro horario se ajustaría de manera menos traumática al huso horario que nos corresponde —el de Greenwich—, pues estaríamos con solo una hora de diferencia (GMT+1) todo el año y no dos, como ocurre en verano (GMT+2), lo que es una barbaridad.

Recuerdo que, en un comentario anterior, escribí: “Dada su posición geográfica, España disfruta de horas de sol suficientes, incluso en invierno” y que “atrasar el amanecer y el crepúsculo no aporta ventajas significativas más allá de prolongar la luz diurna hasta cerca de las 10 de la noche, cosa que repercute en trastornos del sueño y en desajustes de todo tipo no deseados”.

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Pero es que tales trastornos no afectan solo al organismo de las personas, sino también a sectores económicos, como el transporte, el comercio, la educación o los servicios públicos, que requieren exactitud horaria y, por consiguiente, coordinación para su correcto funcionamiento. E, incluso, de una coordinación transnacional, como en la aviación, que impida interrupciones o desajustes en la prestación de sus servicios.

Sin embargo, es probable que poderosos e influyentes sectores industriales, como la hostelería y hotelería, más atentos a su interés particular que al bien general, pretendan forzar la adopción fija del horario de verano con el argumento de que beneficia al turismo, el motor de nuestra economía. Los bolsillos de estos empresarios son, al parecer, más importantes que la salud de los españoles. Es decir, el interés propio prevalece por encima de la salud pública.

Se trata, en fin, de un debate baldío, lo reconozco, porque, aunque cada vez que se ha procedido a cambiar de hora se ha generado cierta controversia social, el Gobierno nunca ha aclarado sus intenciones, adoptando una ambigüedad impropia de quien ha de velar por los intereses y el bienestar de todos los españoles, lo que le obligaría a primar la salud pública por encima del interés de cualquier sector determinado.

Y, hasta la fecha, no se ha mojado. ¿Seguirá poniéndose de perfil y creará una comisión o convocará alguna consulta cuando tenga que tomar la decisión final? No desesperen, pronto lo veremos. Mientras tanto, disfruten de este horario de invierno, tan fresquito, recién estrenado.


EVA LARA - ASESORA PERSONAL INMOBILIARIA

GESTIÓN DE RECURSOS - SERVICIOS DE AHORRO A EMPRESAS


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