A punto de dar carpetazo a 2025, parece oportuno recordar los sustos que nos ha causado el año para que 2026 no nos coja desprevenidos, ya que el próximo promete ser aún más catastrófico. Han sido tantos los sobresaltos que nos ha propinado que no resulta exagerado calificarlo de año funesto. Porque, si repasamos someramente los hechos más importantes acontecidos, tanto en el mundo como en España, tal vez hasta nos quedemos corto a la hora de valorarlo. Y no es para menos.
Para empezar, Donald Trump arrancó en enero su nuevo mandato como presidente de Estados Unidos con la soberbia, el narcisismo y el afán de venganza que les caracteriza. Es, sin duda, el agente más poderoso, peligroso y fanático capaz de desestabilizar y destrozar el orden y comercio mundiales. Y de alterar, en beneficio propio, las normas y los organismos que otorgan seguridad a las relaciones internacionales.
De hecho, ha impuesto aranceles arbitrarios para conseguir balanzas comerciales positivas, ha lanzado amenazas a países sobre los que planea extender la influencia geoestratégica de su país, como son Canadá y Groenlandia, o para apoderarse de sus recursos y riquezas naturales, como Venezuela.
Ha empujado a Europa a aumentar el gasto en defensa y hacerse cargo de la ayuda a Ucrania, advirtiendo de abandonar la OTAN. Ha interferido en procesos electorales de estados extranjeros por favorecer a candidatos afines e, incluso, ha autorizado el bombardeo de zonas en conflicto, como Irán o Nigeria, para afianzar intereses y gobiernos aliados, etcétera.
En su propio país, la ha tomado con la inmigración irregular, ordenando expulsiones masivas, incluso de los hijos de estos nacidos en Estados Unidos. Ha iniciado el desmantelamiento de sectores enteros del Estado federal, despidiendo a miles de funcionarios públicos, cerrando agencias de cooperación y desarrollo, aplicando recortes a Universidades y la NASA y eliminando partidas presupuestarias de los sistemas de salud y educación que perjudica a los más desfavorecidos.
En definitiva, ha hecho saltar la convivencia, la paz social y la confianza en su población y entre países por sus obsesiones ultranacionalistas y negacionistas, en sintonía con el ideario de la extrema derecha. Así, ha conseguido que alrededor del 75 por ciento de los científicos estadounidenses esté considerando emigrar a causa de los recortes a la investigación y su interpretación sobre el cambio climático, las vacunas y demás evidencias científicas.
Y si esto sucede en la primera potencia mundial, cabe esperar que el futuro inmediato pinta mal para el resto del planeta. De ahí que calificar de funesto el año que está a punto de terminar sea quedarse corto. Porque es, simplemente, para ponerse a temblar.
Por si fuera poco, en el mundo continúan las agresiones y violaciones de la legalidad internacional, como en Gaza, donde Israel, más que actuar en legítima defensa tras el atentado de Hamás, lo que está perpetrando es un auténtico genocidio contra los palestinos de la Franja. Es más, la tregua acordada entre Israel y Estados Unidos no ha impedido que mueran cerca de medio millar de personas en el enclave por disparos del Ejército hebreo. La matanza, por tanto, no ha cesado.
También en Ucrania, el país europeo invadido por una Rusia nostálgica del imperialismo, lleva librándose una guerra no declarada desde hace ya cuatro años. Saltándose leyes que salvaguardan la integridad territorial y la soberanía de los estados, Rusia ha emprendido acciones militares contra Ucrania para intentar recuperar antiguas zonas soviéticas de influencia, alterar el orden de seguridad continental y los objetivos de Europa por la integración política, económica y social, además de bloquear la ampliación de la Alianza Atlántica hacia el Este.
Sin dejar de atacarla a diario, las perspectivas de una paz precaria sobrevuelan el conflicto, otra vez animadas por Donald Trump, que intermedia para negociar la desmembración del país, impedir su ingreso en la OTAN, reducir su Ejército y repartirse, cómo no, sus minas de tierras raras y controlar, a medias con Rusia, la central nuclear de Zaporiya, la más grande de Europa. Triste panorama, pues, para Ucrania y Europa, convidada de piedra.
2025 nos permitió asistir a una sucesión papal en el Vaticano, tras la muerte de Francisco y la elección del primer papa estadunidense, Robert Francis Prevost, como León XIV. El nuevo pontífice, oriundo de Chicago y con nacionalidad peruana, es considerado moderado, pero con tics conservadores, como son recuperar la celebración de una misa tradicionalista, descartar la ordenación de mujeres diáconas y no reconocer el matrimonio homosexual. Tal parece que hará bueno al papa Francisco.
En cuanto al clima, el año que despedimos ha sido prolijo en fenómenos meteorológicos extremos, como los fuegos que arrasaron el área de Los Ángeles, uno de los más graves en términos económicos y humanos, pues requirió más de 60.000 millones de dólares en su extinción e indemnizaciones y causó la muerte de 31 personas, con cerca de 400 damnificadas.
Los huracanes también hicieron presencia ese año, como el Melissa, uno de los más potentes que haya azotado el Caribe, que devastó Jamaica e inundó Cuba y Hawai. Igual que los tifones que asolaron Filipinas, Vietnam y otras regiones del sudeste asiático. A pesar de todo, sigue habiendo personas, como Trump y demás ralea, que niegan el cambio climático acelerado por la actividad humana. Y despotrican de las políticas de sostenibilidad y freno de las emisiones contaminantes.
Son negacionistas del cambio climático, de la violencia machista y contra la igualdad de la mujer, entre otras ideas retrógradas, que aglutinan formaciones de ultraderecha que desgraciadamente avanzan imparables en Europa y América. Uno de sus últimos representantes en ganar el poder es José Antonio Kast, que ganó las presidenciales de Chile, convirtiéndose en el primer defensor de la dictadura de Pinochet que dirigirá el país andino.
Anteriormente, otros países sudamericanos han conquistado idéntico triunfo: la Argentina de Milei, Bolivia, Ecuador y Honduras. En Europa no vamos a la saga: los gobiernos de ultraderecha ya son realidad en el Viejo Continente, donde Bélgica, Bulgaria, Chequia, Francia, Grecia, Irlanda, Luxemburgo, Portugal y Suecia cuentan con gobiernos de centroderecha, y Croacia, Finlandia, Hungría, Italia y Países Bajos están dirigidos por coaliciones de partidos de derecha moderada y derecha extrema. Es decir, 14 países que suman algo más de 230 millones de habitantes, lo que supone el 50,38 por ciento de la población de toda la UE. El riesgo, por tanto, de desandar los avances logrados en derechos y libertades es más serio de lo que imaginamos.
Y eso va parejo al impulso adoptado por la Unión Europea para acelerar el rearme y reforzar su industria de defensa, como se acordó en la última Cumbre de La Haya, en la que instó elevar el gasto en defensa a todos los países miembros de la OTAN hasta el 5 por ciento del PIB durante la próxima década. Aires conservadores y militaristas recorren el continente.
Pero para colmo de calamidades, también asistimos en 2025 a un robo de película: el del Museo del Louvre, donde ladrones ataviados con chalecos de obreros entraron a plena luz del día y se apoderaron de joyas históricas de enorme valor. Cuatro de ellos han sido apresados, pero el botín no ha sido recuperado.
Y como contrapunto a todo lo anterior, habría que citar la normativa adoptada por Australia para impedir las redes sociales a menores de 16 años. Es una iniciativa inédita y francamente valiente, pues la normativa obliga a Facebook, Instagram, Threads, TikTok, YouTube, Snapchat, X, Reddit, Discord, Twitch y Kick a demostrar que han tomado “medidas razonables” para identificar y desactivar perfiles de usuarios por debajo de esa edad. Otros países, como Nueva Zelanda, Dinamarca y España, se han planteado un control similar para el acceso de menores a las redes. Ojalá cunda el ejemplo.
Para empezar, Donald Trump arrancó en enero su nuevo mandato como presidente de Estados Unidos con la soberbia, el narcisismo y el afán de venganza que les caracteriza. Es, sin duda, el agente más poderoso, peligroso y fanático capaz de desestabilizar y destrozar el orden y comercio mundiales. Y de alterar, en beneficio propio, las normas y los organismos que otorgan seguridad a las relaciones internacionales.
De hecho, ha impuesto aranceles arbitrarios para conseguir balanzas comerciales positivas, ha lanzado amenazas a países sobre los que planea extender la influencia geoestratégica de su país, como son Canadá y Groenlandia, o para apoderarse de sus recursos y riquezas naturales, como Venezuela.
Ha empujado a Europa a aumentar el gasto en defensa y hacerse cargo de la ayuda a Ucrania, advirtiendo de abandonar la OTAN. Ha interferido en procesos electorales de estados extranjeros por favorecer a candidatos afines e, incluso, ha autorizado el bombardeo de zonas en conflicto, como Irán o Nigeria, para afianzar intereses y gobiernos aliados, etcétera.
En su propio país, la ha tomado con la inmigración irregular, ordenando expulsiones masivas, incluso de los hijos de estos nacidos en Estados Unidos. Ha iniciado el desmantelamiento de sectores enteros del Estado federal, despidiendo a miles de funcionarios públicos, cerrando agencias de cooperación y desarrollo, aplicando recortes a Universidades y la NASA y eliminando partidas presupuestarias de los sistemas de salud y educación que perjudica a los más desfavorecidos.
En definitiva, ha hecho saltar la convivencia, la paz social y la confianza en su población y entre países por sus obsesiones ultranacionalistas y negacionistas, en sintonía con el ideario de la extrema derecha. Así, ha conseguido que alrededor del 75 por ciento de los científicos estadounidenses esté considerando emigrar a causa de los recortes a la investigación y su interpretación sobre el cambio climático, las vacunas y demás evidencias científicas.
Y si esto sucede en la primera potencia mundial, cabe esperar que el futuro inmediato pinta mal para el resto del planeta. De ahí que calificar de funesto el año que está a punto de terminar sea quedarse corto. Porque es, simplemente, para ponerse a temblar.
Por si fuera poco, en el mundo continúan las agresiones y violaciones de la legalidad internacional, como en Gaza, donde Israel, más que actuar en legítima defensa tras el atentado de Hamás, lo que está perpetrando es un auténtico genocidio contra los palestinos de la Franja. Es más, la tregua acordada entre Israel y Estados Unidos no ha impedido que mueran cerca de medio millar de personas en el enclave por disparos del Ejército hebreo. La matanza, por tanto, no ha cesado.
También en Ucrania, el país europeo invadido por una Rusia nostálgica del imperialismo, lleva librándose una guerra no declarada desde hace ya cuatro años. Saltándose leyes que salvaguardan la integridad territorial y la soberanía de los estados, Rusia ha emprendido acciones militares contra Ucrania para intentar recuperar antiguas zonas soviéticas de influencia, alterar el orden de seguridad continental y los objetivos de Europa por la integración política, económica y social, además de bloquear la ampliación de la Alianza Atlántica hacia el Este.
Sin dejar de atacarla a diario, las perspectivas de una paz precaria sobrevuelan el conflicto, otra vez animadas por Donald Trump, que intermedia para negociar la desmembración del país, impedir su ingreso en la OTAN, reducir su Ejército y repartirse, cómo no, sus minas de tierras raras y controlar, a medias con Rusia, la central nuclear de Zaporiya, la más grande de Europa. Triste panorama, pues, para Ucrania y Europa, convidada de piedra.
2025 nos permitió asistir a una sucesión papal en el Vaticano, tras la muerte de Francisco y la elección del primer papa estadunidense, Robert Francis Prevost, como León XIV. El nuevo pontífice, oriundo de Chicago y con nacionalidad peruana, es considerado moderado, pero con tics conservadores, como son recuperar la celebración de una misa tradicionalista, descartar la ordenación de mujeres diáconas y no reconocer el matrimonio homosexual. Tal parece que hará bueno al papa Francisco.
En cuanto al clima, el año que despedimos ha sido prolijo en fenómenos meteorológicos extremos, como los fuegos que arrasaron el área de Los Ángeles, uno de los más graves en términos económicos y humanos, pues requirió más de 60.000 millones de dólares en su extinción e indemnizaciones y causó la muerte de 31 personas, con cerca de 400 damnificadas.
Los huracanes también hicieron presencia ese año, como el Melissa, uno de los más potentes que haya azotado el Caribe, que devastó Jamaica e inundó Cuba y Hawai. Igual que los tifones que asolaron Filipinas, Vietnam y otras regiones del sudeste asiático. A pesar de todo, sigue habiendo personas, como Trump y demás ralea, que niegan el cambio climático acelerado por la actividad humana. Y despotrican de las políticas de sostenibilidad y freno de las emisiones contaminantes.
Son negacionistas del cambio climático, de la violencia machista y contra la igualdad de la mujer, entre otras ideas retrógradas, que aglutinan formaciones de ultraderecha que desgraciadamente avanzan imparables en Europa y América. Uno de sus últimos representantes en ganar el poder es José Antonio Kast, que ganó las presidenciales de Chile, convirtiéndose en el primer defensor de la dictadura de Pinochet que dirigirá el país andino.
Anteriormente, otros países sudamericanos han conquistado idéntico triunfo: la Argentina de Milei, Bolivia, Ecuador y Honduras. En Europa no vamos a la saga: los gobiernos de ultraderecha ya son realidad en el Viejo Continente, donde Bélgica, Bulgaria, Chequia, Francia, Grecia, Irlanda, Luxemburgo, Portugal y Suecia cuentan con gobiernos de centroderecha, y Croacia, Finlandia, Hungría, Italia y Países Bajos están dirigidos por coaliciones de partidos de derecha moderada y derecha extrema. Es decir, 14 países que suman algo más de 230 millones de habitantes, lo que supone el 50,38 por ciento de la población de toda la UE. El riesgo, por tanto, de desandar los avances logrados en derechos y libertades es más serio de lo que imaginamos.
Y eso va parejo al impulso adoptado por la Unión Europea para acelerar el rearme y reforzar su industria de defensa, como se acordó en la última Cumbre de La Haya, en la que instó elevar el gasto en defensa a todos los países miembros de la OTAN hasta el 5 por ciento del PIB durante la próxima década. Aires conservadores y militaristas recorren el continente.
Pero para colmo de calamidades, también asistimos en 2025 a un robo de película: el del Museo del Louvre, donde ladrones ataviados con chalecos de obreros entraron a plena luz del día y se apoderaron de joyas históricas de enorme valor. Cuatro de ellos han sido apresados, pero el botín no ha sido recuperado.
Y como contrapunto a todo lo anterior, habría que citar la normativa adoptada por Australia para impedir las redes sociales a menores de 16 años. Es una iniciativa inédita y francamente valiente, pues la normativa obliga a Facebook, Instagram, Threads, TikTok, YouTube, Snapchat, X, Reddit, Discord, Twitch y Kick a demostrar que han tomado “medidas razonables” para identificar y desactivar perfiles de usuarios por debajo de esa edad. Otros países, como Nueva Zelanda, Dinamarca y España, se han planteado un control similar para el acceso de menores a las redes. Ojalá cunda el ejemplo.
DANIEL GUERRERO
ILUSTRACIÓN: ISABEL AGUILAR
ILUSTRACIÓN: ISABEL AGUILAR







































