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Aureliano Sáinz | Odio, mentiras y ambición de poder

Quisiera comenzar este escrito indicando que la portada que he utilizado es un collage que, tiempo atrás, realizó un alumno del grado de Educación Primaria de mi Facultad tomando como punto de partida algunos de los temas que les había propuesto en clase.


“¿Y tú qué ves?” es la interrogación central para advertirnos que vivimos inmersos dentro de un mundo digital en el que los mensajes de odio llenan algunas redes sociales en las que penetran sin ningún tipo de cortapisas. Mensajes que son recibidos por miles y miles de seguidores de forma que dejan un poso emocional que afectará a sus modos de ver una realidad que no conocen directamente.

Paso a paso, el odio ha ido escalando peldaños en la aceptación colectiva de manera que ha infectado a una sociedad globalizada, por lo que unido a los bulos, mentiras, difamaciones y calumnias acaba formando un magma del que es difícil desprenderse. Esto da lugar a que vivamos en un estado de tensión de forma que si nos encontramos reunidos en un grupo hay que ser extremadamente prudente en lo que se dice dado que en cualquier momento puede saltar la chispa que prenda fuego en ese encuentro.

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La empatía y la cordialidad parece que han desaparecido para siempre del ámbito social y político, siendo sustituidas por las acusaciones e inventivas cada vez disparatadas y atroces. Solo desde esta perspectiva pueden entenderse numerosas frases que hemos escuchado de distintos líderes políticos. Así, por ejemplo, si acudimos a la inmigración, tema preferido por quienes defienden propuestas racistas y xenófobas, es posible encontrar exabruptos de una falta de humanidad difícil de comprender.

“Son carne humana”, decía Matteo Salvini cuando era ministro del Interior en Italia, refiriéndose a los migrantes que exhaustos llegaban a las costas italianas; “Son animales horribles e inhumanos”, apuntó Dan Gillerman, antiguo embajador de Israel ante las Naciones Unidas, describiendo de este modo al pueblo palestino.

“Estamos luchando contra animales humanos”, dijo Yoav Gallant ministro de Defensa israelí refiriéndose a la población gazatí a la que se estaba atacando despiadadamente; “Habría que hundir el Open Arms, ya que es un barco de negreros”, dijo recientemente Santiago Abascal acerca de una organización no gubernamental que ha socorrido y salvado 70.000 vidas de una muerte segura en el mar.

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Para entender las atrocidades que se dicen, muchos los autores han analizado, desde distintas perspectivas, las raíces de esa pasión que llamamos odio. Todos entienden que el odio no existe de manera aislada, sino que está estrechamente relacionado con otros sentimientos negativos, como son el egoísmo, la envidia, la frustración, el resentimiento, el orgullo, el deseo de poder, el deseo de venganza, etcétera.

Los psicólogos, en el ámbito de los comportamientos individuales, suelen establecer una estrecha relación entre la agresividad, sea verbal o física, y el sentimiento de frustración que algunos internamente acumulan por distintas causas, entre las que se encuentran su inadaptación o incompetencia, rasgos característicos de los sujetos violentos.

Así, es frecuente que las actuaciones del sujeto frustrado no vayan contra las causas que provocan su sentimiento íntimo de fracaso, inadaptación, infortunio…, pues supondría tener que mirarse a sí mismo y ser capaz de admitir sus limitaciones, al tiempo que afrontar los errores o fracasos.

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Este tipo de individuo no se posiciona nunca contra quienes tienen un cierto poder sobre él, sea real o imaginado. Con estos suele ser adulador y lisonjero, por lo que su agresividad, como expresión de su odio, la vuelca hacia los que se encuentran en los escalafones más bajos de la sociedad, dado que los ve como una amenaza, al tiempo que internamente los responsabiliza de sus decepciones.

Resulta curioso que quienes son agresivos con los sectores socialmente más débiles admiran a personajes supuestamente poderosos, pensando que estos sí eliminarán las causas de esas frustraciones íntimas que padecen, ya que para ellos representan la “mano dura” que hay que tener con lo que consideran como “escoria social”.

En esta línea de estudio se encuentran autores como la psiquiatra francesa Marie-France Hirigoyen quien, en El acoso moral, expone los mecanismos de presión que utiliza el que alcanza un determinado poder, ejerciéndolo de forma autocrática y arbitraria, dejando bien patente que es él quien manda, de modo que si lo desea hará todo lo que está en sus manos para aniquilar a quienes se oponen a sus dictados.

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Y es que quien está obsesionado por alcanzar el poder, o teme perderlo, usará un conjunto de estrategias (mentiras, bulos, engaños, ocultamientos, calumnias, presiones, sobornos, etc.) para intentar acallar, amedrentar e, incluso, destruir la imagen social de quienes considera sus oponentes. A fin de cuentas, lo que expone Hirigoyen no deja de ser la actualización de lo que Nicolás Maquiavelo escribió en su obra más conocida: El Príncipe.

En ella, el autor florentino cree que las personas están dominadas por pasiones como la ambición, el orgullo, la doblez, la mentira y el odio, por lo que quienes aspiran al poder deben conocerlas bien y saber manejarlas. Y para mantenerse en el cargo necesitan utilizarlas en su propio beneficio.

Y es que, según Maquiavelo, “los hombres son ingratos, volubles y simuladores, que huyen de los peligros y ansían ganancias, por lo que es preferible ser temido a ser amado”. A lo que añade que debe ser “un gran simulador, pues los hombres son tan simples y obedecen de tal manera a las necesidades presentes que aquel que engaña encontrará siempre quien se deje engañar”.

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En cierto modo, lo que expuso Maquiavelo también fue la estrategia de acceso al poder utilizada, en la primera mitad del siglo pasado, por el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (coloquialmente, Partido Nazi), liderado por Adolf Hitler. De ello se encargó Joseph Goebbels, ministro de Propaganda del Tercer Reich, quien utilizó magistralmente la mentira y la calumnia para que lograr la adhesión a los postulados nazis de una parte significativa del pueblo alemán.

No me extiendo más. Como indiqué al principio, nos encontramos en pleno siglo veintiuno inmersos en una encrucijada en la que socialmente el odio, la mentira y la ambición de poder se manifiestan con toda su crudeza, por lo que el ascenso de las ideas y las fuerzas más irracionales hacen temer abiertamente el retroceso de las conquistas sociales tan duramente conquistadas.

AURELIANO SÁINZ

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