La serie El ministerio del tiempo ofrece una escena que siempre me deja perplejo. En ella, aparece el pintor Diego Velázquez en el Museo del Prado. Escucha música, “Velaske, yo soi guapa?”, y baila en dirección a Las Meninas. Cuando se sitúa frente al cuadro, se quita los auriculares. “La verdad es que me ha quedado de puta madre”, afirma orgulloso. No me cuadra.
Lo más probable es que, ante sus obras, callara los supuestos defectos. Esa esquina que no salió como le gustaba, esa nariz demasiado redonda, aquel milímetro, ese detalle que escapó de su control. Esos detalles que solo él puede saber. Esa cosa que quedó bien, pero podía haber quedado mejor. Porque, al final, da igual lo que hagas, nada es suficiente.
La realidad es que todas las personas con aspiraciones creativas que he conocido han sido así. Al menos, los que no han sido mediocres, los que han tenido ciertos estándares de calidad. ¡Si todos hablaran! Por eso suelo evitar leer críticas literarias o cinematográficas. Aunque no todos, la mayoría son aficionados que viven de criticar algo que, con mucha probabilidad, ellos serían incapaces de igualar.
Es esa distinción entre la envidia y el desprecio que Fernando Fernán Gómez reflejó en La silla de Fernando. El desprecio es el deporte nacional, es cierto. ¡Ay! ¡Si la gente supiera lo que puede llegar a doler una simple errata! ¡Si supierais lo doloroso que es encontrarse con errores en tus propias obras, por mínimos que sean!
Las obras siempre pueden ser leídas, citadas, celebradas o criticadas. Pero siempre hay algo que se escapa. Una amiga mía, que era muy exigente consigo misma, me dijo una vez que había aprendido a ver su tesis doctoral como “ese hijo tonto, tirando a gilipollas, que tienes que querer de todas maneras”. Me impactó esa forma de verlo. Al final, columnas de opinión, análisis, artículos académicos, trabajos monográficos, relatos… Hijos tontos, pero que hay que querer de todas maneras.
Por último, está el narcisista que todo lo hace bien, aunque se muestre humilde. El artista vanidoso que se siente ofendido cuando se le critica un poema, cuando se le dice que el relato no ha quedado redondo, o que la película no le ha gustado. Si eso, otro día hablamos de ellos, y del lugar en el infierno que merecen tener reservado.
Haereticus dixit
Lo más probable es que, ante sus obras, callara los supuestos defectos. Esa esquina que no salió como le gustaba, esa nariz demasiado redonda, aquel milímetro, ese detalle que escapó de su control. Esos detalles que solo él puede saber. Esa cosa que quedó bien, pero podía haber quedado mejor. Porque, al final, da igual lo que hagas, nada es suficiente.
La realidad es que todas las personas con aspiraciones creativas que he conocido han sido así. Al menos, los que no han sido mediocres, los que han tenido ciertos estándares de calidad. ¡Si todos hablaran! Por eso suelo evitar leer críticas literarias o cinematográficas. Aunque no todos, la mayoría son aficionados que viven de criticar algo que, con mucha probabilidad, ellos serían incapaces de igualar.

Es esa distinción entre la envidia y el desprecio que Fernando Fernán Gómez reflejó en La silla de Fernando. El desprecio es el deporte nacional, es cierto. ¡Ay! ¡Si la gente supiera lo que puede llegar a doler una simple errata! ¡Si supierais lo doloroso que es encontrarse con errores en tus propias obras, por mínimos que sean!
Las obras siempre pueden ser leídas, citadas, celebradas o criticadas. Pero siempre hay algo que se escapa. Una amiga mía, que era muy exigente consigo misma, me dijo una vez que había aprendido a ver su tesis doctoral como “ese hijo tonto, tirando a gilipollas, que tienes que querer de todas maneras”. Me impactó esa forma de verlo. Al final, columnas de opinión, análisis, artículos académicos, trabajos monográficos, relatos… Hijos tontos, pero que hay que querer de todas maneras.
Por último, está el narcisista que todo lo hace bien, aunque se muestre humilde. El artista vanidoso que se siente ofendido cuando se le critica un poema, cuando se le dice que el relato no ha quedado redondo, o que la película no le ha gustado. Si eso, otro día hablamos de ellos, y del lugar en el infierno que merecen tener reservado.
Haereticus dixit
RAFAEL SOTO ESCOBAR
ILUSTRACIÓN: ISABEL AGUILAR
ILUSTRACIÓN: ISABEL AGUILAR

