La frase con la que he titulado este escrito es el comienzo de un párrafo extraído de un artículo del escritor italiano Primo Levi. Frase que es citada con cierta frecuencia en estos inicios del siglo XXI ante los avances de las distintas ideologías y pensamientos reaccionarios, así como por las organizaciones y partidos que se muestran, de alguna forma, herederas de los estados totalitarios que se gestaron en la primera mitad del siglo pasado.
Expresada de manera aislada, parece la sentencia de alguien que estuvo confinado en los centros de exterminio nazi, en concreto en el de Auschwitz, y que fue uno de los pocos casos que sobrevivieron al horror del Holocausto. Para quienes no conocieran a este escritor, conviene dar algunos datos con el fin de que comprendamos el sentido de su pensamiento.
Primo Levi nació en 1919 en el seno de una familia judía sefardí radicada en la ciudad italiana de Turín. A los dos años de graduarse en Química, se unió a la resistencia antifascista en su país. Tras ser capturado, fue deportado como esclavo para trabajar en la planta industrial de Auschwitz.
Como superviviente del régimen nazi, dedicó el resto de su vida a dar testimonio de la atrocidad que había supuesto la barbarie gestada en pleno centro de Europa, de modo que la responsabilidad de Alemania y de aquellos países que la apoyaron nunca debe de olvidarse.
Como escritor, a los dos años de finalizar la Segunda Guerra Mundial, es decir en 1947, publicó Si esto es un hombre, libro en el que relata sus experiencias vividas en el campo de exterminio de Auschwitz. Creo que junto a El hombre en busca de sentido, del psiquiatra austríaco Viktor Frankl, conforman las dos obras más destacadas de carácter biográfico que explican con enorme crudeza la locura genocida de Adolf Hitler, de una inhumanidad y crueldad no conocidas hasta esas fechas.
La producción de libros y artículos de Primo Levi, bastante extensa, se cierra con Los hundidos y los salvados, publicado en 1986, es decir, un año antes de que falleciera, supuestamente por suicidio, al caer desde el tercer piso por el hueco de la escalera del edificio en el que vivía. Una vez que he ofrecido unos breves apuntes de Primo Levi, conozcamos el párrafo completo en el que se encuentra el título de este escrito.
Cada época tiene su fascismo: sus señales premonitorias se evidencian por doquier. La concentración de poder niega al ciudadano la posibilidad y la capacidad de expresar y actuar por su propia voluntad. A esto se llega de muchas maneras y no necesariamente con el temor de la intimidación policíaca; sino negando o distorsionando la información, contaminando la justicia, paralizando la educación y defendiendo de modos muy sutiles la nostalgia de un mundo en el que reinaba el soberano orden y, en el cual, la seguridad de los pocos privilegiados descansaba sobre el trabajo y el silencio forzado de muchos.
Si hemos leído despacio lo que se dice en estas líneas, podemos estar de acuerdo que lo que ahora acontece —en pleno mundo digital y cuarenta años después de que se publicaran— queda bien reflejado en ellas, por lo que es posible trasladarlas a los avances de los nuevos fascismos, es decir, a lo que ahora solemos llamar "ultraderecha" y "gobiernos autoritarios".
Si desglosamos en puntos lo indicado encontramos:
Siendo, como he indicado, que Primo Levi era judío sefardí, es decir, descendiente de aquellos que fueron expulsados en 1492 de las tierras hispanas, quizás le falte en ese párrafo un elemento que en la actualidad es crucial: el señalamiento de un chivo expiatorio. Y si en la Alemania nazi el chivo expiatorio era el pueblo judío, ahora lo conforman la población migrante, esa que huye del hambre y de la guerra, junto con los musulmanes (o moros, en términos coloquiales en nuestro país).
No me extiendo más en este tema que daría lugar a una reflexión mucho más extensa. Sin embargo, quisiera cerrar este breve escrito con otro párrafo de Primo Levi que aparece al final de su último libro titulado Los hundidos y los salvados:
Pocos son los países que pueden garantizar su inmunidad a una futura marea de violencia, engendrada por la intolerancia, por la ambición de poder, por razones económicas, por el fanatismo religioso o político, por los conflictos raciales. Es necesario, por consiguiente, afinar nuestros sentidos, desconfiar de los profetas, de los encantadores, de quienes dicen y escriben “grandes palabras” que no se apoyen en buenas razones.
Lamentablemente, en un tiempo en el que no se tiene memoria, en el que no se mira más allá de lo que ahora acontece, en el que los móviles y las redes sociales se han convertido en el púlpito desde el que se lanza todo tipo de consigna, que los jóvenes y no tan jóvenes ingieren sin reflexionar lo más mínimo, no suponen un aliciente para frenar este avance de la irracionalidad, la intolerancia y el fanatismo que actualmente nos envuelven.
Expresada de manera aislada, parece la sentencia de alguien que estuvo confinado en los centros de exterminio nazi, en concreto en el de Auschwitz, y que fue uno de los pocos casos que sobrevivieron al horror del Holocausto. Para quienes no conocieran a este escritor, conviene dar algunos datos con el fin de que comprendamos el sentido de su pensamiento.
Primo Levi nació en 1919 en el seno de una familia judía sefardí radicada en la ciudad italiana de Turín. A los dos años de graduarse en Química, se unió a la resistencia antifascista en su país. Tras ser capturado, fue deportado como esclavo para trabajar en la planta industrial de Auschwitz.
Como superviviente del régimen nazi, dedicó el resto de su vida a dar testimonio de la atrocidad que había supuesto la barbarie gestada en pleno centro de Europa, de modo que la responsabilidad de Alemania y de aquellos países que la apoyaron nunca debe de olvidarse.
Como escritor, a los dos años de finalizar la Segunda Guerra Mundial, es decir en 1947, publicó Si esto es un hombre, libro en el que relata sus experiencias vividas en el campo de exterminio de Auschwitz. Creo que junto a El hombre en busca de sentido, del psiquiatra austríaco Viktor Frankl, conforman las dos obras más destacadas de carácter biográfico que explican con enorme crudeza la locura genocida de Adolf Hitler, de una inhumanidad y crueldad no conocidas hasta esas fechas.
La producción de libros y artículos de Primo Levi, bastante extensa, se cierra con Los hundidos y los salvados, publicado en 1986, es decir, un año antes de que falleciera, supuestamente por suicidio, al caer desde el tercer piso por el hueco de la escalera del edificio en el que vivía. Una vez que he ofrecido unos breves apuntes de Primo Levi, conozcamos el párrafo completo en el que se encuentra el título de este escrito.
Cada época tiene su fascismo: sus señales premonitorias se evidencian por doquier. La concentración de poder niega al ciudadano la posibilidad y la capacidad de expresar y actuar por su propia voluntad. A esto se llega de muchas maneras y no necesariamente con el temor de la intimidación policíaca; sino negando o distorsionando la información, contaminando la justicia, paralizando la educación y defendiendo de modos muy sutiles la nostalgia de un mundo en el que reinaba el soberano orden y, en el cual, la seguridad de los pocos privilegiados descansaba sobre el trabajo y el silencio forzado de muchos.
Si hemos leído despacio lo que se dice en estas líneas, podemos estar de acuerdo que lo que ahora acontece —en pleno mundo digital y cuarenta años después de que se publicaran— queda bien reflejado en ellas, por lo que es posible trasladarlas a los avances de los nuevos fascismos, es decir, a lo que ahora solemos llamar "ultraderecha" y "gobiernos autoritarios".
Si desglosamos en puntos lo indicado encontramos:
- a) Concentración de poder.
- b) Pérdida de libertad de los individuos.
- c) Falta de información o distorsión de la misma.
- d) Contaminación de la justicia.
- e) Freno en la educación.
- f) Nostalgia de un pasado idealizado.
- g) Retorno a un orden y seguridad supuestamente perdidos.
- e) Prioridad para los privilegiados.
- f) Pérdida de derechos en el trabajo de la mayoría.
Siendo, como he indicado, que Primo Levi era judío sefardí, es decir, descendiente de aquellos que fueron expulsados en 1492 de las tierras hispanas, quizás le falte en ese párrafo un elemento que en la actualidad es crucial: el señalamiento de un chivo expiatorio. Y si en la Alemania nazi el chivo expiatorio era el pueblo judío, ahora lo conforman la población migrante, esa que huye del hambre y de la guerra, junto con los musulmanes (o moros, en términos coloquiales en nuestro país).
No me extiendo más en este tema que daría lugar a una reflexión mucho más extensa. Sin embargo, quisiera cerrar este breve escrito con otro párrafo de Primo Levi que aparece al final de su último libro titulado Los hundidos y los salvados:
Pocos son los países que pueden garantizar su inmunidad a una futura marea de violencia, engendrada por la intolerancia, por la ambición de poder, por razones económicas, por el fanatismo religioso o político, por los conflictos raciales. Es necesario, por consiguiente, afinar nuestros sentidos, desconfiar de los profetas, de los encantadores, de quienes dicen y escriben “grandes palabras” que no se apoyen en buenas razones.
Lamentablemente, en un tiempo en el que no se tiene memoria, en el que no se mira más allá de lo que ahora acontece, en el que los móviles y las redes sociales se han convertido en el púlpito desde el que se lanza todo tipo de consigna, que los jóvenes y no tan jóvenes ingieren sin reflexionar lo más mínimo, no suponen un aliciente para frenar este avance de la irracionalidad, la intolerancia y el fanatismo que actualmente nos envuelven.
AURELIANO SÁINZ
ILUSTRACIÓN: ISABEL AGUILAR
ILUSTRACIÓN: ISABEL AGUILAR







































